Jorge Martí Perales
Mi gran amigo y biógrafo oficial, Enrique García, me refrescó la memoria hace poco tiempo, respecto a nuestras andanzas a la ermita de San Nicolás en Carcaixent.
Años atrás, bastantes años atrás, era práctica común en mi ambiente y supongo que, en muchos otros, establecer una especie de quid pro quo con algún miembro de la corte celestial, a fin de conseguir algún bien terrenal o evitar un mal que se presumía difícil de soslayar. Se prometía a algún santo de reconocida solvencia en su campo (San Pancracio, en el trabajo; Santa Rita, en las causas imposible; Santa Bárbara en las tormentas), realizar novenas, andar caminatas o prodigarse en limosnas si se conseguía aquello que se veía como muy deseable o difícil de conseguir, de ahí las peregrinaciones, o en otro nivel, las procesiones o las caminatas a ermitas y santuarios (sin ir más lejos, subir descalzo al Santuario de la Virgen del Lluch en Alzira).
En el Colegio de los PP. Franciscanos, donde estudié bachillerato y preu, no se solían prodigar los castigos físicos solo por problemas de conducta (allí, como dice Aramburu, se portaban bien, por la cuenta que les tenían, hasta las moscas), pero sí había sentencia condenatoria por delitos como no tener el nivel intelectual deseable o andar algo más corto de conocimientos de lo que se esperaba del alumno. Todo esto se evaluaba mediante los exámenes mensuales, trimestrales y de fin de curso. No dar la talla tenía consecuencias. Muy serias e indeseables, así que cualquiera que nos pudiera echar una mano, era bienvenido. Y en esas estaba cuando me contaron que, haciendo una caminata a San Nicolás, santo que residía en una ermita al final del pueblo, las posibilidades de aprobar se incrementaban notablemente. Mi fe no es que moviera montañas, pero la idea de que con un buen paseo las cosas podían llegar a rodar mejor, estaba llena de atractivo. Eso sí: no se trataba únicamente de una caminata ya que a partir del paso a nivel que dividía en dos la calle de San Antonio, había que ir en absoluto silencio, si se iba acompañado, y una vez en la ermita, rezar alguna oración, suplicando al Santo que en los próximos exámenes salieran preguntas asumibles y los resultados fueran satisfactorios. No hacía falta concretar demasiado -por ej.: pedir que saliera la lección seis u otras que me sabía bastante bien. Era suficiente con pedirle un examen asequible, que él ya sabía de qué iba el asunto. O eso creía yo-. Yo cumplí, pero el que no cumplió fue San Nicolás. Posiblemente por ahí arriba tenían mala de cobertura, o sus subalternos le dieron mal el recado, o tenía asuntos de mayor enjundia que resolver, pero el caso es se pasó por el forro mis súplicas y el examen para el que pedía una ayudita fue bastante jodido. No hay seriedad ni sentido del compromiso ni entre los santos.
Dándole vueltas a lo negativo de la experiencia, pude comprobar que algunos compañeros, tirando a descreídos, invertían el tiempo que a mi me ocupaba la caminata, en repasar mejor los temas y sus resultados eran incomparablemente mejores. Lección aprendida: a partir de entonces, 90 % de tiempo a repasar y 10 % del tiempo, a pedir ayuda celestial y con eso va que chuta. ¡Qué desengaño de San Nicolás!, pero como no soy rencoroso, con el tiempo dejé de tenérselo en cuenta y me fui afianzando en la idea del refrán castellano: sin dar al mazo, nada va a salir como esperamos. Aplicable a todo en la vida.
En Xàtiva, a 28 de octubre de 2020. En horas de toque de queda.